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lunes, 27 de febrero de 2017

75. Educadores justificadores


        Ver la paja en ojo contrario pero no ver la viga en el tuyo es harto común en los humanos. A menudo nos percatamos de los defectos ajenos y nos cuesta horrores reconocer los nuestros. A todo esto se le llama error por subjetividad. La evaluación de nuestros hijos está llena de ésta por una simple razón, el amor que sentimos por ellos. En fin, que el querer no resulta una lente objetiva. Recuerdo el caso de una madre que ante todos los suspensos de su hijo le justificaba así:

-        El niño estudia mucho, ¿sabe? El otro día se pasó tres horas en su habitación sin poner la tele.

Pero no estudió, sólo apagó el televisor, algo que no explicaba los suspensos en educación física, ética y plástica. Otra madre argumentaba:

-        Es culpa de los profesores, todos le tienen tanta manía a mi Christian, que por eso suspende todas las áreas.

Una tercera afirmaba:

-        Mi hijo en mates, es que verá, no es bueno. Las mates, es que le cuestan mucho, ¿sabe? Él sólo estudia lo que le gusta.

Y una de las peores se quejaba a un profesor de la siguiente forma:

-        ¿Qué mi hijo es soberbio? Todos los adolescentes lo son. Yo me pregunto entonces que nivel de soberbia es capaz de admitir usted como docente. Él, mi hijo, es como yo, y le comprendo perfectamente. Yo hago igual que él.

Ser soberbia. Y no había duda que así lo hacía. Añadiré lo que luego dijo el padre de este alumno durante la misma entrevista:

-        ¿Me está diciendo que mi hijo no se comporta bien en clase? Usted a mi hijo no le conoce en absoluto, él es muy sensible, hasta defendió el NO a la guerra de Iraq, ¿por qué no se meten con otros de su clase que fuman porros, van rapados y llevan símbolos nazis? Yo conozco muy bien a mi hijo, cosa que usted no. Deje que yo le eduque y usted dedíquese sólo a enseñar.

Pero quizás el caso más triste, y real como todos los anteriores, fue el de un zagal muy díscolo y expedientado por todo el claustro en donde la madre le justificaba sentenciando:

-        Ustedes se lo han inventado todo. Sepan que mi hijo, a mi, jamás me mentiría.

Y si quieren añadamos otras afirmaciones de otros progenitores como: yo, a su edad, era igual y hacía lo mismo, u otra como, pero si es un niño, deja que haga lo que quiera, tiempo habrá que la vida le haga sufrir. En fin, que los padres justificadores existen, nada más releer los casos anteriores salta a la vista, pero ¿cómo pueden ellos saber que lo son? Y lo más importante, ¿qué consecuencias acarrean en el comportamiento de sus hijos?

Vayamos por partes, los padres justificadores defienden a ultranza a su prole consciente o inconscientemente a pesar de la culpabilidad probada de ésta. Suelen ser padres que felicitan cualquier mérito de sus hijos, les ríen la mayoría de gracias y les compran muchos artículos de consumo. Puede que dediquen mucho tiempo a sus hijos pero luego les dejan demasiada libertad de elección.

-        Mi Oriol no vino al cole ayer para estudiar en casa de su compañera de clase – añádase al asunto que Oriol jamás estudiaba y que la compañera era algo más que eso -. Y como se les hizo muy tarde estudiando, pues claro, le dejé que se quedara a dormir en casa de su compañera de clase. A la mañana siguiente, y cansados como estaban, no pudieron ir al colegio. Por eso llegaron al centro a las tres de la tarde, como usted ya fue informado.

Las justificaciones maternas al estilo anterior hacen que los hijos se adapten al ecosistema y a vivir que son tres días, más algunas noches de goce con la compañera. Los así adolescentes se transmutan en sujetos orgullosos y engreídos. Su autoestima y orgullo son tan fuertes que suelen mirar por encima del hombro al docente, todo ello a sabiendas que sus progenitores vendrán en su ayuda si lo necesitan, unos padres blandos, protectores, compradores y muy amigos de sus hijos.

-        ¡Que a mi no me ralles! ¡Que no me digas nada tío! ¡Que ya hablará mi madre contigo! ¿Te enteras profe? ¡Que me das asco!

¿Y los trabajos de estos alumnos en clase? Pues son nulos o inconstantes. Cuando lo necesitan se ponen las pilas y, si se lo proponen, aprueban, por lo que no suelen repetir curso aunque sí afectan a la mayoría del grupo con sus arrebatos en el aula. La causa de todo esto es que en el colegio hay normas y en la familia no las hay. Ante esta contradicción cabe preguntarse, ¿quién debe adaptarse a quien? Recuerdo a cierto pedagogo reformista declarar por televisión que los colegios deben adaptarse a las nuevas familias, que hay que hacer un esfuerzo para asimilar mejor la falta de disciplina familiar. En fin, y con ironía, que deberíamos dar la razón a la madre que dijo:

-        Mi hijo, a mi, jamás me mentiría.

Por desgracia éste se volvió popular por sus hurtos y fechorías. Como decía Inger Enkvist en su libro La Buena y la Mala Educación.

Si los padres defienden automáticamente a sus hijos en un conflicto sin averiguar antes lo que ha sucedido, están socavando no sólo la autoridad de la escuela, sino también la suya propia ante el hijo.

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