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viernes, 28 de marzo de 2014

FRACASO ESCOLAR O FRAKSO POLITICO (26)

Vidas separadas La maternidad parece más innata que adquirida, en cambio la paternidad se piensa más adquirida que heredada. Eso quizás influya en la diferencia de criterios educativos entre hombre y mujer. En el caso de los separados esto se exagera hasta límites muy nocivos para la formación de su prole. Lo cierto es que en las entrevistas entre familia y tutor quien más acude son siempre las madres, de un 60 hasta un 80 % de más. Todo ello es síntoma de dos cosas, la primera, y sea por las razones que sea, que la educación pesa más sobre las mujeres que sobre los maridos. Y la segunda, que en asuntos académicos existe una fuerte discrepancia entre los miembros de la pareja. Cuando la separación o el divorcio aparecen los síntomas anteriores se extreman. Separarse no significa desunirse en la educación de la prole, el proyecto aún sigue vivo. Por desgracia las separaciones propician y aumentan las discrepancias entre exmarido y exmujer, que no expadres. Si la prole pide algo a la madre al pensar que ella accederá, y ésta decide algo que pueda contradecir al padre, mal andaremos; si el padre, sin custodia de sus hijos, los malcría ese fin de semana que los tiene cada quince días, peor todavía; y si el uno con el otro utilizan los hijos como mástil para acusarse de lo que no fue su relación, nefasto. ¿La solución? Darse tiempo en decidir y mantener una frecuente comunicación pese lo que pese lo que no fue. - Mamá, papá me dijo que podía ir al concierto de Rijanha. - Bueno, luego hablaré con tu padre y ya decidiremos juntos. Ese frente unido dará mayor fuerza al proyecto educativo y al de pareja que no fue. Los hijos un día abandonarán del nido, y la pareja, separada o no, debería guardarse lo que en un día creyeron, el respeto y la complicidad. Todos nos equivocamos y en una separación todos tenemos parte de culpa y parte a perdonar, nuestro hijo depende de ello. Permítanme repetir una analogía en este asunto del frente unido. Los educadores deben ser una pared sin pinchos, un muro que si roza a su hijo no le apuñale pero sí le marque unos límites contundentes. Si en cualquier ocasión uno se equivoca con su hijo, no debe haber fisuras en la pareja. Es mejor apoyar un posible error del cónyuge que no hacerlo para luego discutir por ello ante el zagal. Si se discute se pierde la unidad conyugal y educativa, si se discute se le muestra al zagal por donde puede manipular a sus educadores. A menudo ocurre que al separarse uno hecha en falta el cariño matrimonial y revive la soledad. En muchas ocasiones, e inconscientemente, se decide proyectar todo ese amor ausente hacia la prole. Tal situación conlleva el riesgo de volverse un protector comprador. Deseando ser más amigos que padres de los hijos, se olvida que se es educador de los mismos. Ya dijimos que el amor no es una buena lente objetiva con los hijos, aunque sí que lo es para enseñar valores humanos y comprenderles. De todas formas regalar en exceso ese cariño adulto en detrimento de las obligaciones promueve la pérdida de límites, el aumento de la negligencia y el abuso de la sobreprotección. La falta de cohesión de criterios entre ambos miembros de la pareja da la puntilla al asunto y el lechón cada día se halla más acomodado y va escapando a nuestro objetivo, su educación. - Hablar con mi marido no me sirve de nada. Total, con el par de días que tiene a mi hijo cada dos semanas lo mima que da gusto. Que haga lo que quiera, yo en mi casa le doy a mi hijo todo aquello necesita. No pretendo que tenga obligación alguna con la separación tan reciente. Y el zagal se le acostumbra a tenerlo todo hecho como para que al llegar a la adolescencia le pidan que ponga la mesa, friegue los platos, estudie u ordene su habitación. Va a ser que no. Muchos progenitores separados suelen dejar un margen elevado de libertad a sus hijos, téngase en cuenta que ahora en lugar de dos educando, sólo es uno o una. Por otro lado, muchos llegan a ser protectores compradores y amigos de sus hijos. A veces suelen ser justificadores de los mismos con un bajo control sobre su entorno. - Profesor Riduestre, no puede ser lo que usted me cuenta, ¿cómo ha podido mi niña falsificar mi firma en todos los comunicados escolares? Pues practicando con lápiz y papel, todo para proseguir con lo que más sabe, evitar que los adultos que la educan se comuniquen. Los muchachos y muchachas de un perfil así suelen no ayudar en casa o piden constantemente cosas a cambio. Ante un no inicial por respuesta optan por la insistencia y al final hasta con el desafío. A menudo son inconstantes en los estudios, bastante orgullosos y con un elevado riesgo de repetir curso si no se les presiona o ayuda a superar sus frustraciones. Los podríamos definir como unos irresponsables irrespetuosos que van a la suya y cultivan un egocentrismo latente, algo muy parecido a los hijos de los protectores compradores. Agazapados al diagnóstico Saber que un hijo padece microcefalia, retraso mental, esquizofrenia, un CI por debajo de lo normal, problemas de lateralidad o una dislexia aguda no agrada a ningún padre y cuesta digerir la realidad, incluso no se acepta. Téngase en cuenta que este tipo de anomalías conllevan unos rendimientos académicos bajos o nulos y eso hace mella en cualquier familia. Por otro lado, la clase puede llegar a apartar al individuo anómalo y relegarlo de cualquier representatividad. Que los niños son crueles siempre se ha dicho, pero los adolescentes pueden ser peores. En la ESO el anómalo sigue siendo infantil mientras en el aula las feromonas se disparan viendo tangas o calzoncillos por detrás de los pantalones. En fin, que sin quererlo los compañeros van dejando al raro a un lado quedando éste inmerso en su niñez tardía. Recuerdo el caso de un chaval con microcefalia que durante primaria todos sus compañeros le acompañaban y ayudaban. Aquí padres y docentes dieron su do de pecho para que el resto del grupo fuera consciente de su deber solidario. La cosa cambió en secundaria cuando todos los chavales, menos el afectado, despertaron a la adolescencia. Este, sin ser rechazado por la clase, empezó a estar solo en patio, pasillos y pupitre. En estos casos extremos resulta aconsejable derivar al anómalo a un centro especial pero tal indicación resulta fatal para los padres. - Pero profesor Riduestre, si nuestro hijo se halla perfectamente adaptado al grupo – argumentaba la madre -. Un cambio de centro no lo entendería, sería incapaz de adaptarse. Mejor que lo pasen a segundo de ESO y que siga en este centro. Compréndanlo, mi marido y yo nos negamos a llevarlo a un centro especial. La soledad del pobre chaval continuó durante todo segundo. Antes de pasar a tercero de ESO los padres lo trasladaron a un centro especial. En el caso anterior los padres vivieron aferrados a un diagnóstico con la esperanza que su hijo llegara a ser normal dentro del grupo. En la mayoría de patologías leves como son dislexias, problemas de lateralidad y sorderas, la anomalía suele mejorarse con un diagnóstico prematuro, correcto y con un tratamiento inmediato y adecuado. De todas formas, no deben esperarse milagros ya que la medicina y las terapias no son garantía que el zagal llegue a ser un Einstein, sobretodo porque el padre de la relatividad suspendió algunos exámenes de física. Por desgracia, algunos progenitores hallan en la anomalía de su lechón un mástil justificador en donde aferrarse ante cualquier mal hábito de su hijo. Estos son los educadores que viven agazapados a un diagnóstico. - Usted ya sabe que nuestro hijo padece de hiperactividad – inquirieron unos padres a un tutor. - Sí, claro – respondió el docente. - Vemos que sus resultados académicos no mejoran. ¿Cómo piensan entonces atenderle para corregir su TDAH? Y como en otra ocasión ya mencionada, el problema no residía en el esfuerzo de los profesores, pesaba en la voluntad del alumno. La hiperactividad le servía de excusa para vivir en una total hipoactividad, es decir, que no pegaba ni golpe sin terminar jamás los deberes que el educador le preparaba exclusivamente. Es más, faltaba muy a menudo a clase. Al final hacía tantas campanas el púber que en clase lo apodaron el catedral. Eso sí, sus padres le justificaban todas las ausencias bajo excusas de lo más peculiares, ...el pasado viernes por la tarde mi hijo estuvo en casa de un amigo donde se quedó dormido y por eso no pudo asistir al colegio. Ya se demostró en un apartado anterior que ciertas situaciones con esfuerzo se superan, pero que si los padres las utilizan como estandarte justificador de su hijo jamás podrá éste escapar de la debilidad psicológica en la que se ha acomodado. En fin, cuando unos educadores hallan en una patología leve la excusa para justificar a su lechón, pasan inmediatamente a ser creyentes de un diagnóstico que incapacita aún más al chaval. Se vuelve a insistir que la atención influye más que la capacidad innata del individuo y que el estudio esforzado, que ya se comentó, crea chicos brillantes con gran independencia del genoma heredado. Los padres agazapados a un diagnóstico también se encarcelan a si mismos al no poder escapar de su creencia. De todas formas estos progenitores poseen grandes cualidades. Son padres que controlan y atienden a su hijo en todo lo necesario. Al recibir gran ayuda externa de especialistas no discrepan entre ellos y controlan en gran manera el entorno de su hijo. Sí que le justifican ante los demás siendo un poco protectores sufridores. De todas formas, y ante un escenario así, es harto normal que los chicos se vuelvan unos simpáticos caraduras. Su nivel de trabajo se vuelve muy inconstante y cuando traen los deberes hechos de casa se nota la ayuda externa en su ejecución. - Oriol, ¿por qué no estás dibujando? - Yo ya lo intento, pero es que en casa me sale mejor. Por otro lado, ni son zagales frágiles ni tampoco insistentes en sus caprichos. Sí que desarrollan cierta introversión y baja autoestima al sentirse distintos al grupo, algo que se hace patente con su bajo orgullo. Al final el riesgo que repitan curso es más que elevado, es seguro. Los supereducadores ¿Qué hay más allá del Polo Norte? Pues alguien anduvo mucho y lo averiguó, el Polo Sur. Ir más allá de lo establecido nos lleva muy lejos, nos puede transportar al otro extremo de lo buscado, a lo contrario. Las morales estrictas se hallan ligadas a convicciones religiosas, sociales, políticas o de otro estandarte. Una educación bajo ese influjo roza la perfección, tanto que puede que el mundo del adolescente pegue la vuelta, el Norte se nos vuelva Sur. La pubertad se caracteriza por cuestionar todo lo que los adultos impusieron. Cambiar las cosas e incluso dirigirse a los extremos suele suceder durante esta etapa de la vida. - No comprendemos sus desafíos – comentaba preocupada una madre ante el tutor de su hijo -, le hemos dedicado todo nuestro tiempo educándolo e inculcándole buenos valores. De pequeño siempre nos dijeron que parecía tan maduro que ahora nos sorprende su rebeldía. Y es que la adolescencia les hace huir de nosotros y de nuestros preceptos tan perfectos. Quizás la pubertad exista como una adaptación biológica para que se produzca el progreso cultural en nuestra especie, aunque dudo mucho que esto sirva de consuelo a quienes padecen púberes recalcitrantes por casa. Quizás haya que comprender que una moral demasiado estricta da unos frutos educativos relucientes y muy maduros, pero puede que la adolescencia y su giro de polos los eche a perder, es decir, que lo muy maduro se pudra. Cuando eso ocurre puede que estemos delante de unos supereducadores, padres muy controladores del entorno, amistades y actividades del retoño. Entre ellos no suelen discrepar ante el zagal ya que el frente está muy unido bajo una misma moral o creencia. Tampoco justifican a su prole ante los demás ni le ríen las gracias. En cuanto al tiempo con sus hijos compartiendo juegos, amor y disciplina es de alta calidad. Visto lo anterior, no suelen ser amigos de sus hijos pero sí sus fieles educadores. En fin, que son todo un ejemplo a seguir. Entonces, ¿cuál puede resultar el problema? Pues el excesivo aislamiento de lo externo. Un modelo de supereducadores que ilustra lo anterior lo protagonizan los padres que se niegan a escolarizar a sus hijos. Éstos suelen ser familias de buen nivel adquisitivo y cultural. Ellos mismos se responsabilizan de formar a sus chavales en ciencias, humanidades y valores humanos. Argumentan estos padres que la sociedad educa en la contradicción y esto hace mella en la formación de su prole. Si por ejemplo en clase se dice que fumar es perjudicial pero en la entrada del colegio ven a otros educadores inhalando nicotina se entra en la paradoja. Aunque tal argumentación parezca teóricamente razonable, en la práctica resulta un error. Poseemos un cerebro paleolítico, es decir, una mente que no ha cambiado demasiado durante los últimos 200.000 años. Pese a ello, ésta lleva millones de años adaptándose a lo que todos los primates superiores hacemos, vivir en sociedad. Lo más natural desde la aparición de nuestro ancestral encéfalo, que no estúpido, es que los muchachos y muchachas vivan en contacto los unos con los otros, que se socialicen y que las contradicciones sirvan para aprender a elegir. Las pedagogías radicales, como la escuela en casa, siempre acaban padeciendo de lo mismo, que la teoría llevada al extremo se vuelve inestable al crear un perfil humano con dificultades de sociabilidad. Un infante que siempre ha vivido entre los suyos, sufre un choque el día que se traslada al mundo de los otros. Pongamos el caso de un chaval de buena familia que jamás haya pisado un barrio obrero, ¿qué siente si de repente se le abandona allí? Pues incomodidad, miedo y hasta incluso superioridad por falta de humildad. La educación es como una ensalada mediterránea, debe llevar de todo. Los estudiantes deben acostumbrarse a un máximo de situaciones, algo que en caso de los supereducadores no sucede. Éstos, sin quererlo, han impulsado un adulto artificial y prematuro, alguien que ha desarrollado un ego muy fuerte pero sujeto a los preceptos inculcados y no a las experiencias externas. Cuando llegan a la pubertad, y curiosean el mundo que les rodea, son una bomba de relojería si caen en malas manos. Recuerdo el caso de un alumno ejemplar de segundo de ESO que trajo a un docente un librillo peculiar. En la tapa de color rojo brillaba en oro el título ¿Existe un Creador que se Interese por Nosotros? - Quería saber tu opinión sobre estos escritos, es un regalo – le comentó el muchacho al docente entregándole el libro. - Ya sé que en casa sois testigos, así que debo preguntarte, ¿es un regalo o un intento de evangelizarme? – preguntó el profesor al no ser practicante. - Un regalo. Quiero saber tu opinión. Y fue cierto, el adolescente empezaba a tener sus dudas sobre lo inculcado, comenzaba a buscar sus caminos. El docente le dio su opinión científica sin mezclar religión con empirismo y sació su curiosidad. Esta vez, supongo, la bomba de relojería cayó en buenas manos. Así pues, estos escolares maduros, aunque antes de hora, corren el riesgo de explotar si algo los desestabiliza al convencerles de otras alternativas que las impuestas por sus padres. En breve un nuevo capítulo de Rebelión en la Granja sucede en la República Independiente de su casa. De todas formas estos zagales son ejemplares en muchos aspectos, con una autoestima muy alta no exigen muchos caprichos a sus padres. Orgullosos, que no provocativos en principio, presentan un riesgo de repetir curso casi nulo, a no ser que su polo Norte se dirija al Sur. A nivel académico son de una constancia y perseverancia impresionantes, hasta de una inteligencia envidiable gracias al estudio esforzado aplicado. La verdad es que los supereducadores realizan prodigios con sus hijos gracias a una gran dedicación y a un buen ideario moral. A tenor de esto hay que admitir que la genética no siempre es la razón de la inteligencia. Ya se ha argumentado que los niños brillantes no nacen, se hacen, algo que choca con nuestra concepción determinista del tan de moda genoma humano. Ahora todo parece contenido en nuestros genes siendo la cultura quien amasa el barro de nuestras capacidades innatas. Cierto es que heredamos potenciales gracias a nuestros cromosomas y que bajo un buen influjo éstos llegan a fructificar como deben, pero la inteligencia de los hijos de los supereducadores, y según los últimos descubrimientos en neurobiología y sicología, surge claramente más del influjo familiar que no del genoma heredado, todo lo contrario de lo que creían los padres agazapados al diagnóstico. Ya dijimos que el estudio esforzado producía una mayor mielinización de las neuronas y que ello daba a los estudiantes mayores capacidades mentales. Con ello no se pretende ningunear el papel innato de las capacidades individuales, sólo se quiere recalcar la fuerza que posee una educación bien dirigida, la de los supereducadores.

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