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miércoles, 22 de mayo de 2013

Jesús vivió y murió en Cachemira por Andreas Faber-Kaiser

Según Andreas Faber-Kaiser, a finales de 1887 el viajero Nikolai Notovitch halló en la lamasería de Hemis en Ladakh entre Cachemira y Tíbet, una serie de manuscritos en donde se narraba el primer viaje de Jesús a Cachemira a la edad de dieciocho años. Allí aprendió de los monjes muchos conocimientos. Añadía a aquello que el nazareno estuvo en Benarés estudiando textos budistas, hinduistas y demás creando un fuerte debate al respecto. Ante toda aquella información Andreas sostenía que un tal Jus Chasaf, Jesús, superó el martirio de la cruz, volvió a su Cachemira adoptiva y residió allí hasta el día de su muerte, o al menos así lo dejó por escrito Andreas en Jesús vivió y murió en Cachemira. De hecho, muchas lamaserías han guardado textos que pertenecen a los evangelios apócrifos y a las doce tribus de Israel diseminadas tras la diáspora persa, tribus que dejaron sus descendientes entre Pakistán y el norte de la India a decir por tres razones: los textos de las lamaserías, las toponimias regionales y las coincidencias lingüísticas entre el hebreo y muchas de las lenguas orientales. Las tribus perdidas de Israel dejaron su huella por Oriente Próximo pero no por ello debemos creer que Jus Chasaf fuera el nazareno que Andreas afirmaba en su libro. Quizás algunas primitivas comunidades cristianas en China redactaron tales manuscritos en épocas muy antiguas para ser registradas y guardadas por monjes tibetanos e indios. Esos fueron los textos que halló Notovitch que luego Andreas trabajó en sus ensayos. En tal caso jamás fueron textos originales en épocas de Jesús sino reelaboraciones posteriores por los cristianos que no conocieron al nazareno. A pesar de ciertas concomitancias entre los judíos y ciertas poblaciones de Oriente, y a pesar de otras casualidades entre Jesús y una tumba en la ciudad de Srinagar en Cachemira, en el ensayo de Andreas no se encuentran pruebas que el nazareno fuera ese Jus Chasaf. Es más, los manuscritos que utiliza el autor, y encontrados por Notovitch, muestran ciertos elementos que indicarían que su autoría fue posterior a las enseñanzas de ese tal Jesús. Por un lado sale la palabra pecado, algo muy posterior a los Evangelios ya que en las copias del siglo I en griego consta el vocablo falta. Por otro lado, el Jesús que transcriben aquellos manuscritos era un total príncipe de la paz surgido tras los primeros Evangelios canónicos. En resumidas cuentas, sin datación de los mismos y con contaminaciones posteriores, jamás pudieron indicar la biografía de Jesús a inicios del siglo I como Andreas pretendió. Bajo el sentido común, y después de una lectura atenta del libro, el autor demuestra un ego muy fuerte al explicar en todo momento sus méritos y éxitos denunciando a quienes le criticaron o difamaron. El texto, sin una estructura clara, se halla a rebosar de mucha paja con un abuso excesivo de fragmentos de otros escritores que dilucidan poco y que no llegan claramente al puerto encomendado, de hecho el autor se alarga innecesariamente en detalles donde se esconden los puntos débiles de sus teorías, signo que no puede demostrar nada taxativo. En los textos añadidos como prístinos del nazareno surge un Jesús que se afirma hijo de virgen, y como hemos visto la palabra virgen fue un error de traducción (Lucas 1, 27). El nazareno jamás pudo afirmar de si mismo uno de los mitos posteriores al siglo I d. C. más difundidos, el de la virgen María. Por otro lado, el estilo sensacionalista de Andreas más la repetición continua de los indicios hasta convertirlos en verdad, restan mucha credibilidad al ensayo. Si Jesús vivió y murió en Cachemira se necesitarán mejores trabajos que el de Andreas.

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